Con catorce años escribí que pensaba que dentro de nosotros existe un fuego que solo será capaz de encender una persona. Y estaba firmemente convencida de que una vez avivado ya no podría apagarse. Según mi crédulo e inocente yo del pasado, el fuego puede perder fuerza, incluso acabar en cenizas, pero la persona que lo hizo surgir tendrá la facultad de saber convertir las ascuas en fuego otra vez.
Catorce años. Y a esa persona la conocí a los doce. Y la intenté olvidar a los quince. Y a los dieciséis. Y también a mis veintidós.
¿No es una bonita forma de joderse la vida?
La de creer haber encontrado el amor de tu vida siendo una niña.
Y la de no haber sido capaz de olvidarlo siendo una mujer.
Catorce años. Y a esa persona la conocí a los doce. Y la intenté olvidar a los quince. Y a los dieciséis. Y también a mis veintidós.
¿No es una bonita forma de joderse la vida?
La de creer haber encontrado el amor de tu vida siendo una niña.
Y la de no haber sido capaz de olvidarlo siendo una mujer.
De ser cierto que aquel fuego existe, el mío arde con tanta fuerza que a veces siento que no puedo soportarlo más.
Qué ironía que yo pensara que él sería capaz de encenderlo a su voluntad cuando lo único que ha intentado ha sido apagarlo. Y soy yo la que lo mantiene vivo.
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