El único juez al que le lloro es mi conciencia

Todo lo malo que puedas decirme ya me lo he dicho yo antes. El daño que quieras hacerme nunca será mayor del que yo misma me provoqué hace tiempo.

El único juez al que le lloro es mi conciencia.

Aprendí a ser a base de machacarme, de juzgarme, de desmenuzarme tras cada error que sentenciaba como imperdonable.

Pero un día aprendí que debía dejarme ser. Que tenía que parar de cuestionarme. Darme un respiro. Permitirme equivocarme y dejar de autoexigirme lo que ya sabía imposible. Pero, sobre todo, dejar de culparme de que lo fuese.

He dormido y convivido con el enemigo: lo llevaba dentro. Tuve que combatir contra mis demonios y hacer las paces con los monstruos que dormían bajo mi almohada. 

Y si algo me enseñó todo aquello es que hay que dejar de escuchar las voces que te restan. Que te consumen. Que te hacen sentir pequeña. Y no pasar por alto que a veces esa voz es la propia. 

Hay que dejar de ser el dedo que señala y condena para convertirse en la mano que abriga. Que sostiene y sujeta. Incluso cuando fallas. Incluso cuando piensas que no lo mereces. Lo imperdonable no es errar, es hacerlo sin luego aprender de ello.

Comentarios

Entradas populares de este blog

A veces esperamos demasiado de otras personas, solo porque nosotros estaríamos dispuestos a hacer mucho más por ellos..

Reconstruirse

Una hermana es aquella que te levanta cuando los demás ni siquiera saben que te has caído.